¿Cuál es el
nivel al que me sentiría orgulloso?
Trasciende
tus límites
Vincent van Gogh afrontó su primer
intento de obra maestra, The potato
eaters, tras tomar el siguiente compromiso: “He de pintar lo que aún no soy
capaz para así aprender cómo hacerlo”. La clase de pensamiento que posee la
audacia de la ausencia total de limitaciones. Este es el nivel al que me
gustaría conducirte durante esta jornada.
Idea básica: un límite es el
síntoma de un miedo, y un miedo es una creencia deformada de la realidad.
Resulta que aquello en lo que crees
es lo que se convierte en tu siguiente realidad.
Pero ¿Cómo deshacerse de una
limitación? ¡Ignorándola! Matándola de aburrimiento. Lo digo completamente en
serio, no hagas ningún caso si alguien dice que esto o aquello no puede
hacerse. Señala un límite a un niño y lo conservará por el resto de su vida.
Los límites sobreviven en las mentes que aceptan límites. Los atletas rebajan
sus marcas porque no creen en límites. Colón descubrió un continente porque
ignoró los límites.
Después de un seminario alguien me
preguntó: ¿Cómo puedo identificar los límites? “Examina tus creencias –le
respondí— y conocerás los límites de tu vida. Tus reglas no escritas establecen
a cada momento lo que es posible y lo que no. Eres libre de creer lo que
quieras y en base a tu libertad, también puedes cambiar tus reglas”. Al cabo de
unos meses, me escribió: había iniciado un prometedor negocio. Final feliz.
Me gusta recordar que no hay
problemas imposibles sino mentalidades imposibles, más allá, el
problema simplemente no existe. Es lo que llamo ser más grande que el más
grande de los problemas. Crecer por encima del problema para dejarlo atrás. En
realidad, ¡Tú tamaño —y no el del problema— es lo que cuenta!
Es momento de preguntarte si deseas
jugar a un juego más fuerte para el cual deberás trascender tus techos de
cristal. ¿Te interesa? Este texto pretende sacar a la superficie toda tu
grandeza. Sé que muy pocas personas te habrán animado "a ser grande” de
veras, pero mi trabajo es justamente ayudarte a ello.
Seleccioné diez buenas preguntas
para desatar a la mejor versión de ti. Te invito a que las contestes por
escrito
1. ¿Cuál
es el mayor resultado que te puedes imaginar?
2. ¿A
qué nivel el éxito sería definitivo?
3. ¿Hasta
dónde deseas llegar?
4. ¿Dónde
estarías orgulloso de ti?
5. ¿Qué
es lo que te detiene?
6. ¿En
qué piensas en pequeño?
7. ¿Qué
es lo que te pides? ¿Y qué es lo que no?
8. ¿En
qué no alcanzas tu máximo?
9. ¿Dónde
puedes ampliar tu esfuerzo para conseguir el doble?
10. ¿En
quién te convertirás cuando lo hagas realidad?
Amplía tu juego, sube tus
expectativas, señala algo más grande. Por favor, éste es un asunto que no
debería guardarse en el museo de los sueños por cumplir. Luego para ser grande
el resto de tu vida. Creo, sin miedo a equivocarme, que aún no has soñado tus
sueños más grandes. Todas las personas que han usado la palabra “imposible”,
tarde o temprano, se ha demostrado que se equivocaron.
Vayamos un paso más allá. ¿Has
pensado cuál sería un "resultado de escándalo”? imagínalo tan grande como
puedas y haz girar tus días entorno a esa visión. Si puedes imaginar un nivel
de logro en el cual ya no hay problema, las siguientes tareas desatarán el
genio que hay dentro de ti:
1. Desempolva
una habilidad infrautilizada.
2. Prueba
una estrategia nueva.
2. Trasciende
o rebaza para siempre tu peor dificultad.
Pídete el doble. Eleva tu sueño a
su máximo tamaño. Por ejemplo, puedes: "ganar el doble”, "disfrutar
el doble”, "disponer del doble de energía”, "conseguir el doble de
tiempo libre”... ¿A qué nivel te sentirías orgulloso de ti mismo?
Mi sugerencia: amplía el sueño,
conviértelo en una experiencia completa. Sabrás que el tamaño de tu sueño es
adecuado si imaginarlo te deja sin respiración.
La
impaciencia, un síntoma de desconfianza
Reconozco que hubo un tiempo en el
que creía que la impaciencia formaba parte de mi carácter. O de mis genes. O de
mi carta astrológica. No fue hasta bien tarde, cuando aprendí que la
impaciencia significa ¡una falta severa de confianza! En mis días de
adolescente, vivía sumido en la impaciencia por casi todo. Recuerdo que
necesitaba ver las cosas cuanto antes, porque si no las veía, no podía creer en
ellas. Años más tarde descubrí que la impaciencia es el deseo de llegar al
resultado sin querer pasar por el proceso necesario. Así de simple.
Con el tiempo, he aprendido a
moderar mi impaciencia; es decir, a disolver mi desconfianza. De hecho, ahora,
cuanta más confianza muestro, más rápido sucede todo en mi vida. Me gusta creer
que si fuera capaz de generar confianza absoluta, al cien por ciento, mis
deseos se cumplirían ¡Al instante! Por el momento, y con el actual grado de
comprensión, debo aceptar cierto tiempo entre la formulación de un deseo y su
cumplimiento.
He comprobado que el tiempo que las
cosas se toman para suceder es siempre el adecuado, al margen de las exigencias
de nuestra agenda.
E incluso entendí por qué no
suceden ciertas cosas. Con la perspectiva del tiempo, ¡Cuántas veces me he
alegrado que algo no ocurriera!
-
¿Qué es más importante la dirección
o la velocidad?
-
La dirección. Pero ¿Cuánto tiempo
tardaré en llegar?
-
El necesario. Ni un segundo más, ni
un segundo menos, pues fuera de ese preciso instante el logro ¡No es posible!
Todo en la vida tiene su momento.
El concepto de "momento
perfecto” puede parecer una noción un tanto extraña. Nada de eso, se trata de
física de última generación. ¿Que un segundo no tiene importancia? Pues sí que
la tiene. En el mundo subatómico de las partículas elementales, la tiene. Una
simple diferencia infinitesimal de tiempo en un evento cuántico haría imposible
la materia y también las reacciones químicas que dan origen a la vida.
Los científicos lo llaman el
“ajuste fino” en la génesis del universo. Si tras el big-bang la velocidad de
expansión del universo hubiese sido una mil millonésima mayor o menor de lo que
fue, hoy no estaríamos aquí hablando de ello. Gracias al “ajuste fino”, el
universo es sólido y no una mezcla de radiación y gas. El mundo material existe
porque las partículas elementales siguen el ritmo del momento justo, ni una
milmillonésima de segundo antes ni una milmillonésima de segundo después.
El tiempo cuenta.